Enmarcar esta expresión del Papa Francisco, en la preparación del año jubilar por los 150 años de nuestra Congregación, me da una inmensa alegría: es un enunciado que nos motiva a seguir caminando con la confianza puesta en Dios. Es una invitación a vivir la experiencia de Jesús, que vive en profunda comunión con el Padre. Y, realmente, es lo más importante que nos puede suceder: sentir que vamos de la mano del Señor y que nos ama. No estamos solas, sino que contamos con su presencia y la de muchos hermanos que nos apoyan en el camino, lo que nos da mayor fuerza y nos pone en movimiento para responder gozosamente a su llamada.
Traigo a referencia aquellas memorables palabras al inicio de nuestra Congregación, del Padre Herranz… “la Obra no es vuestra, es del Señor”, porque aún cuando entre estas palabras y las del Papa hay una larga distancia histórica, todo el tiempo ha sido permeado por el Señor. Es una muestra clara de que la iniciativa es de Dios; “Él nos amó primero” (1 Jn 4,19) y siempre nos acompaña. Así, exclamo como el salmista: “Señor, tu amor es eterno, ¡no abandones la obra de tus manos!» (Sal 138,8). Una obra que se nos ofrece libremente, como gracia gratuita de Dios, como regalo especial, como brisa mañanera, que nos llega al corazón llamándonos a participar en su proyecto.
Fue Santa Cándida María de Jesús, la que imprimió con su sello desde el inicio, la confianza en el Señor: “Sola, nada. Pero con Dios todo lo puedo”. Aquí, en pocas palabras nos refleja su profunda fe y abandono en Dios. De hecho, su deseo de llevar adelante una obra y emprender cualquier actividad, la supeditaba a la voluntad de Dios.
Por eso, viendo el talante de Cándida María de Jesús, que en su época le tocó confrontar situaciones difíciles, encontramos a una mujer firme y valerosa, decidida y emprendedora, llena de fe y confianza. Esto nos enseña a vivir el momento presente con apertura a cada situación y a poner toda nuestra confianza en Dios, porque Él permanece siempre fiel a sus promesas.
Dios es el dueño del tiempo y la eternidad. El mundo, la Congregación, cada una de nosotras hemos vivido un tiempo. Estamos llenas de acontecimientos, todo va cambiado y hacemos historia. Lo que nos une es el amor, que somos “hijas del mismo Padre” y deseamos seguir viviendo con el favor de Dios. Celebramos 150 años de la Fundación y cada momento ha sido entretejido con las manos amorosas del Padre. Hemos experimentado: “Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado…” (Ecl 3,1-2). Y siempre tenemos la posibilidad de habilitar un “tiempo para agradecer”, por toda la vida recorrida, por todas las oportunidades y situaciones vividas y por tantos dones y bienes recibidos y compartidos. Tanto en pequeñas cosas como en las grandes obras realizadas.
Conviene por lo tanto, discernir, tomar consciencia de la realidad actual, de este tiempo presente, aquí y ahora, que está marcado por la pandemia del Covid-19, por la fuerte crisis sanitaria, la enfermedad, las restricciones de desplazamientos de un lugar a otro, por daños ambientales, la violencia, las migraciones, y tantas otras situaciones que están ocasionando serias consecuencias sociales y económicas.
En muchas ocasiones, y más probablemente en estos tiempos difíciles, hemos de reflexionar, detenernos un momento, orar y dejar resonar en nuestro corazón tantas preguntas e inquietudes, ante el desconcierto, la incertidumbre, la inestabilidad… ¿Qué nos estás queriendo decir hoy Señor? ¿A dónde nos conduces? ¿Qué quieres que hagamos? ¿Cuál es mi cuota de responsabilidad en este asunto? ¿Cuál es el sentido de esta situación?
Quizás son preguntas que confrontan nuestro ser para reforzar nuestra fe, para mantenernos firmes en la confianza, para fortalecer nuestras relaciones, para dejarnos iluminar por la luz del Señor, para escuchar su voz en quienes claman, para asumir la realidad presente con esperanza, dedicación y entrega, para orar insistentemente, para vivir desprendidas, para ser auténticas misioneras, para perdonar… y amar sin límites, que nos ayude a descubrir el verdadero rostro de Dios. Desde nuestra fe, creemos que la pasión, muerte y resurrección de Jesús, da plenitud, sentido y salvación. En nuestra vida, todo tiene solución.
Todos los días son un regalo de Dios, con el sol amanece y con la luna recogemos el día. Mientras, las plantas dan sus frutos, los animales circulan. A todas las personas nos corresponde colaborar en la obra de Dios, con la delicadeza y belleza que el Señor ha puesto en la creación. Por eso, hemos de estar atentas a escuchar la voz del Señor. Él nos ama y nos recuerda que siempre está presente. Nos quiere solidarias, unidas por el amor y confiadas de que estamos en sus manos. Abandonémonos en los brazos de Dios, que Él siempre quiere lo mejor para nosotras, sus hijas.
“Tengamos un corazón grande, generoso, sólo para Dios y todo para Dios”, Cartas M. Fundadora, n. 51.
Yajaira Hernández FI, Roma