A propósito de las cariñosas y alentadoras palabras que el papa Francisco dedicó a las Hijas de Jesús al inicio de este Año Jubilar que celebramos por los 150 años de la congregación, me brotan algunas ideas y sentimientos que deseo compartir contigo.
Al escuchar las palabras del Santo Padre al comienzo de la vigilia que inauguraba este tiempo de celebración, no pude evitar un estremecimiento cuando llamaba a las Hijas de Jesús mujeres de frontera. De inmediato recordé los últimos versos del himno de las Hijas de Jesús que dicen: “Para una tierra sin fronteras, son tus hijas misioneras, son las Hijas de Jesús”.
Si has escuchado este himno alguna vez, si puedes cantarlo entero o, al menos alguna de sus partes, seguro que perteneces a la Familia Madre Cándida. No es el único de nuestros cantos. Bien sabemos que tampoco es el más emblemático ni el más popular; ahí está el Mil Albricias que hemos cantado tantas veces. Pero, sin duda, es el más íntimo, porque solo lo cantan en momentos de fiesta de hogar. Oírlo, cantarlo son gestos sencillos y de familia.
Llegado este punto, me pregunto “¿quién soy yo para hablar de esta bendita familia?”. Solo soy uno más. Déjame que te cuente: soy profesor del colegio Virgen de la Paz y antiguo alumno del Stella Maris, ambos en Almería. Mi hijo, Pablo, estudia también en el Stella y Julia, mi hija, lo hizo hasta el curso pasado, ahora estudia en la universidad. En este mismo colegio trabaja Rocío, mi mujer. Ella es antigua alumna de otro colegio de Jesuitinas, el de Málaga, Gamarra, en cuya capilla nos casamos hace…
- ¿Hace cuánto, Rocío?
- Hace 19 años.
- ¡19 años! Pero nos conocimos hace algunos más. Teníamos 17 en aquel campamento de verano en San Agustín, así que… echa cuentas.
- ¡29 años!
Se podría pensar que todos estos datos biográficos (y otros muchos que sería muy largo relatar), expuestos así, son el resultado de un empeño por nuestra parte, de una fuerte intención, pero no. Todos estos acontecimientos se sucedieron de la manera más natural. Es verdad que Dios fue poniendo en nosotros oportunidad y deseo, pero son algo más que metas o sueños cumplidos. Estas vivencias, todo este acontecer de mi vida siento que tiene mucho que ver con el 150 aniversario que celebramos.
Hay mucha vida compartida: aprendizajes y crecimiento, risas, fiestas y penas, pero todas, todas compartidas; búsquedas acompañadas, y oportunidades de vibrar con ese bonito himno. Creo que puedo atreverme a decir que nuestras vidas han transcurrido, al menos en buena parte, junto a estas mujeres de frontera.
El camino hasta la frontera no es cualquier cosa, ni se hace de la noche a la mañana. Hay un verdadero movimiento de expansión que comienza, en los inicios de la congregación de las Hijas de Jesús, con la expresión “aquí mi paz, aquí mi descanso para siempre” y que continúa con aquella otra de “al fin del mundo iría yo en busca de almas”. Aquella primera casa de San José no solo no fue punto de llegada, sino que supuso el comienzo de un camino de servicio y disponibilidad; y aquel descanso, apenas suspirado, la confirmación de que la confianza puesta en Dios daba sus primeros frutos.
Después de aquella vez, en estos 150 años, las Hijas de Jesús han hecho su casa en muchas y muy diversas fronteras. La frontera de la inmigración, de los desplazados y refugiados, la frontera de la promoción de la mujer y de los jóvenes en países y contextos de gran adversidad, la frontera de la pobreza, o la de la increencia y del diálogo interreligioso son solo algunas de ellas. Yo puedo hablar de lo que más conozco: la frontera de la educación y los jóvenes.
Hace unos cuantos meses, moviendo carpetas de papeles antiguos, me topé con mis cuadernos de experiencias de los campamentos de verano que organizaban las Hijas de Jesús. Me encontré en esas páginas el relato de un Dios que salía al encuentro de aquel muchacho en búsqueda. En esas páginas había inquietudes, miradas y nombres. Nombres de muchas Hijas de Jesús, primeras testigos de esas búsquedas, maestras en la manera de mirar la realidad desde Jesús, desde María, como lo hizo la Madre Cándida; de bucear en lo que acontece y encontrar el sentido profundo de las cosas sencillas de la vida, de acoger y de agradecer. Junto a ellas, más nombres de hombres y mujeres, gente sencilla, amigos, colaboradores, familia.
Aquellas experiencias de campamentos de verano, de retiros, de acampadas y de pascuas fueron haciendo espacio en mí, poco a poco, para una sensibilidad distinta que aún se sigue abriendo paso y que he ido reconociendo con mucha fuerza en vosotras, queridas Hijas de Jesús.
En cada experiencia a la que nos apuntábamos el grupo de amigos que íbamos conformando, en cada lugar al que íbamos había una presencia de la congregación, como obra propia o en colaboración con otros, pero siempre “de Jesús”. Nada más llegar, procuraban que ese grupo de chicos y chicas de diferentes colegios y realidades se sintiera a gusto y con confianza. Yo creo que, por eso, desde muy pronto, me sentí familia con ellas.
Junto a las Hijas de Jesús se aprende a mirar las aulas y los pasillos de una escuela como oportunidades de encuentro y de acompañamiento. Todo se ordena y se dispone para que la persona crezca de la mejor manera posible hacia aquello que está llamada a ser, igual que en una familia. Así lo recibí de joven y así trato de vivirlo, con más o menos acierto, como profesor: ¿qué es lo que más ayuda a esta alumna, a este compañero?
La familiaridad, presente desde los orígenes de la congregación en el Rosarillo y en la filiación con Jesús, es un rasgo carismático que no pasa a un segundo plano en la misión apostólica, sino que es donde cobra todo su sentido. Allá donde hay una obra de Hijas de Jesús hay fuertes lazos con otros, hay carisma compartido, experiencias compartidas, vida compartida, hay Familia Madre Cándida. Esa ha sido la manera de ser y estar en la frontera: hacer familia.
Como, probablemente, también a ti te ocurre, he recibido mucho de esta familia. Mucho que no tenía y que me habría perdido si mi vida hubiera transcurrido por otros caminos. Por todo ello doy gracias a Dios y a todas las Hijas de Jesús que ha puesto en mi vida y que han sido mediación.
En este punto del camino que recorro junto a ti, junto a vosotras, queridas amigas, resuena en mí un aprendizaje, una experiencia, un modo de ser, estar y servir en las fronteras que siento que os debo y que precede a estas tres acciones: discernir. Escuchar la pregunta del Señor “¿Qué hay en tu corazón?”. Saber que es Él quien lo habita, quien me espera en lo más profundo, en lo más íntimo de mí, donde yo no llego si no es de su mano. Allí su voluntad se hace deseo. Un deseo que se traduce en agradecer el camino recorrido y en permanecer junto a vosotras, amigas, hermanas; en seguir compartiendo la vida en esta frontera, haciendo familia.
Rafael Quintana Hidalgo
Laico. Profesor del Colegio Virgen de la Paz. Almería