Estoy aquí, en Salamanca.
Vengo cada día al colegio que un día soñó la Madre Cándida. ¡Qué orgullo pisar estos pasillos y entrar en las aulas llenas de alumnos! Sus niñas de ayer son nuestros niños y niñas de hoy, con la misma pobreza (material o espiritual), necesitados de un anuncio evangélico que les haga hombres y mujeres íntegros y comprometidos.
Todo empezó el 8 de diciembre de 1871. Amaneció temprano en Salamanca, y al abrigo del resplandor de la nieve nació la Congregación. Sois pocas en número y en calidad todavía menos, según los juicios del mundo. Aún me hacen sonreír las palabras que el Padre Herranz dirigió a las primeras religiosas. La presencia de las Hijas de Jesús se ha multiplicado y se cuentan por miles los alumnos que se han educado en el carisma. Ahora podemos decir que la semilla ha germinado, que ha crecido un árbol fuerte y frondoso que se extiende en multitud de proyectos.
Hubo que ensayarlo todo: el qué y el cómo rezar, el qué y el cómo aprender, el qué y el cómo enseñar. En esta gran misión que Dios nos ha encomendado jamás podrá haber pausas. Todavía seguimos ensayando nuevas formas de anunciar el evangelio y cómo y qué aprender o enseñar. Las TICS han inundado nuestras aulas y las posibilidades de comunicación se han vuelto infinitas. Tenemos contacto permanente con alumnos, antiguos alumnos y familias. La pandemia ha agudizado el “tiempo de pantalla” hasta convertirnos casi en sus esclavos.
¿Cómo transmitir la experiencia de Dios? Diariamente nos hacemos esta pregunta que no es fácil responder. Vivimos tiempos difíciles —y ¿cuándo no lo han sido?—. Si volvemos la vista atrás veremos los desafíos que hubo de afrontar aquella joven decidida a dedicar toda su existencia al sueño de Dios. Y ahora, en este tiempo y en esta realidad, el mensaje se nos revela absolutamente necesario y esperanzador. Ella nos dejó un legado y una misión un carisma vivo y compartido por religiosas y laicos.
Han transcurrido ya 150 años desde la fundación de la Congregación, años en los que la Madre Cándida ha estado presente inspirándonos con su ejemplo, entrega y compromiso. Escucho y leo, con agradecimiento y emoción las palabras que el Papa Francisco dirigió a las Hijas de Jesús. Estas palabras me resuenan cercanas y no han sido flor de un día, porque después de varios meses sigo pensando en ellas. El artículo que ahora leéis comenzó a gestarse en enero y sale a la luz hoy. M.ª Luisa Berzosa FI, gracias por la paciencia. Me ha costado escribirlo —debí haberlo entregado allá por febrero— y una vez publicado seguirá inacabado, porque la reflexión permanece. No se trata de tener más o menos inspiración, sino de orar y poner por escrito lo que el corazón siente.
Francisco nos insta a no quedarnos quietos con lo que fue, a no recrearnos en lo que hay. Nos dice que este es un Año Jubilar; de júbilo, sí, pero también de examinar, revisar y leer las Constituciones. Un año de discernimiento, al modo ignaciano. El mensaje, al principio, me pareció inquietante. ¿Qué nos pide el Papa?, ¿Qué hay que pensar? Año Jubilar, año de celebración. La obra no es vuestra, es de Dios. Quizá porque pasé mis años de niñez y adolescencia en el colegio de Salamanca, pisando “terreno sagrado”; porque las Hijas de Jesús me “reeducaron” siendo ya profesora, y aún me acompañan, me siento parte activa de esta historia, de la Familia Madre Cándida; como manifiesta el lema de los 150 años: un Carisma vivo, un Camino compartido.
Es necesario renovarse, abrir las ventanas, como se hizo en otro momento en la Iglesia; buscar, volver a la fuente (el carisma fundacional), zambullirnos de lleno en ella. Orar, adorar, contemplar. Estos son los verbos que utiliza el Papa en su mensaje. Habrá que “perder el tiempo” en discernir.
Un día estaba en la capilla donde descansan los restos de la Madre Cándida, y era tal la paz que se palpaba, que me hubiera quedado allí. Pakea FI me recordó el conocido pasaje bíblico: Maestro, qué bien estamos aquí, hagamos tres tiendas… Después bajé a la realidad y fui a dar la clase a 2º de la ESO, a la realidad cotidiana. ¡Esa es nuestra acción!
Antonio Grau nos desgranaba las perlas escondidas en las cartas y nos animaba para que les hablásemos de Jesús a los alumnos. ¿Cómo les mostramos el mensaje en este tiempo? ¿Cómo les enseñaremos la experiencia? Los niños y adolescentes son esponjas que absorben e interpretan tus gestos y palabras. A veces son términos ampulosos y pomposos, pero vacíos de contenido para ellos, muy alejados de sus mundos de Tik Tok, Instagram o Twitter. No les trasmitimos vivencias y experiencias de Jesús enraizadas en el alma. Nuestra responsabilidad es enorme. Lo peor del aprendizaje no es desconocer, sino que el mensaje no llegue porque suene a fórmula repetitiva, a tópico manoseado.
La Iglesia, con mayúscula, necesita una renovación urgente —es un secreto a voces—. Este cambio de dentro hacia afuera se tiene que producir en todos los sentidos. Urge buscar nuevos caminos y esta pandemia nos ha enseñado que el acompañamiento (tender la mano al otro) no tiene distancia ni fronteras.
La Superiora General nos invita a vivir agradecidos, como lo fue siempre y en circunstancias nada favorables la Madre Cándida. ¿Cómo no vamos a aceptar la invitación? Las Hijas de Jesús han acompañado mi vida, y ahora más que nunca. Ellas han sido ejemplo del camino de Dios.
Actualmente atravesamos momentos complicados, tiempos convulsos, diferentes a la época en que vivió la fundadora. Pero ¿no los tuvo también ella?, ¿qué nos diría en estas circunstancias?
La Superiora General nos aporta luz en este sentido:
- Cuidemos unos de otros y entre todos de la casa común.
A veces, vivimos tan inmersos en nuestro pequeño mundo, pero una mirada profunda nos revela que nuestros grandes problemas se convierten en minúsculos frente a tantos que mueren por falta de alimento, a quienes viven amenazados, a los que padecen un entorno familiar o escolar hostil… Ese “cuidar unos de otros” es transmitir la esperanza, que brote de cada poro de nuestra piel una ilusión renovada.
- Hagamos universal nuestro horizonte, tal y como lo deseó nuestra fundadora: El mundo es pequeño para mis deseos. Está a nuestro alcance el acceso y la cercanía con la vida y las realidades de otros continentes.
Mientras escribo estas líneas, Encarna FI me envía la célebre versión del Himno de la Alegría.: «(…) vive soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos».
Gracias a las Hijas de Jesús y a todos los que os sentís Familia Madre Cándida. Gracias, allá donde estéis, por acompañarme y rescatarme en multitud de ocasiones con vuestros testimonios, gestos, oraciones, palabras, encuentros, revistas, vídeos, comentarios, comprensiones… A todos los que conozco y a los que espero conocer.
A todos, gracias por estar y permanecer en la Misión compartida.
Maite Manzano Delgado
Profesora Colegio Sagrado Corazón – Salamanca