¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios
te acompañará dondequiera que vayas. –Josué 1:9
En la vida de cada persona, un hogar tiene una finalidad importante. Un hogar es un espacio único y sagrado. Un hogar protege, cuida y fomenta el crecimiento y el bienestar de una familia. Un poeta inglés, Robert Southey, nos recuerda que «hay una magia en ese pequeño mundo, el hogar; es un círculo místico que rodea comodidades y virtudes nunca conocidas más allá de sus sagrados límites». La Casa de San José fue el primer hogar de las Hijas de Jesús– la M. Cándida y sus cinco compañeras: Emilia, Juana, Petra, Gertrudis y Cipriana.
El año jubilar, 150º aniversario de la fundación de las Hijas de Jesús, es un momento muy reconfortante e inspirador. Es un tiempo que reaviva los recuerdos de dónde empezamos, recuerdos que son tesoros eternos del corazón. Una memoria de la Casa de San José, el primer hogar de las Hijas de Jesús, nos inspira a reconocer con gratitud cómo Dios es fiel a su promesa: «no temáis, siempre estaré con vosotros». La Casa de San José es fundamento del nacimiento, de un sueño lleno de esperanza, de la disponibilidad en la cotidianidad de la convivencia y de la confianza en Dios y también en el otro.
Ha sido una gran alegría la relectura orante del relato biográfico de la M. Cándida, escrito por Carmen de Frías sobre la postulación de las causas de canonización, especialmente las crónicas desde el otoño de 1871 hasta febrero de 1873. A través de su extensa investigación, me sentí como si recibiera el maná del cielo que alimenta mi alma con gozo, con una seguridad amorosa. Es tomar parte de la rica herencia histórica transmitida de una generación a otra, que nos da, desde lo más profundo de nuestro ser la verdadera identidad de lo que somos ahora.
Al pasar por las páginas, pedí la gracia de encontrar a Dios benévolo que ha estado presente, desde el momento de la fundación de la Congregación, y que sigue caminando con nosotros. Intenté explorar la historia utilizando la oración imaginativa ignaciana. Se me presentaron muchos episodios vívidos que visualicé como una película de cine. Al cabo de un tiempo, me encontré involucrada de una manera profundamente particular en la historia y me fijé en las imágenes, los olores, los sonidos, los sabores y los sentimientos en los acontecimientos narrados. Lo que evocaban en mí, lo llevaba a un tierno coloquio con Dios.
Esta contemplación ignaciana me recuerda el pasado de la Casa de San José, que va más allá de su estilo arquitectónico churrigueresco del edificio o incluso más allá del frugal desayuno de las primeras hermanas o de la improvisada capilla del 8 de diciembre de 1871. La Casa de San José trae consigo la narración del sueño de Dios que se revela en cada persona llamada a pertenecer a la comunidad de Hijas de Jesús en la Iglesia y en la sociedad con paso del tiempo. Es la experiencia de la gracia que define nuestra identidad como Hijas de Jesús, con la aprobación por parte de la Iglesia del núcleo fundamental de las Constituciones el 3 de abril de 1871. Esa casa fue testigo de los relatos concretos del «sí», creciendo en las primeras Hijas de Jesús, para una llamada de un amor más grande, sus exigencias y su confirmación de la centralidad de Jesús en sus vidas. Tomaron el hábito el 31 de mayo de 1872.
La Casa de San José enciende mi corazón para mirar con gratitud la historia de mi propia vocación, la historia de Dios que se desarrolla lentamente en mi vida. Era un día cualquiera haciendo mis rondas en el hospital cuando conocí a la primera Hija de Jesús que estaba enferma de cáncer terminal. La hermana que la cuidaba me dio un libro sobre la vida de Santa Cándida, y un folleto con un título en negrita, «Llamada a un amor más grande». Las palabras y la vida de la M. Cándida me inspiraron. Tenía paz. Me sentía amada y bendecida. Sentía que estaba llamada a ser una Hija de Jesús. Decidí decir «sí».
El proceso no fue fácil, pero la promesa segura de Dios, «Yo estaré contigo», me hace seguir adelante. Hay un misterio en la llamada de Dios que apenas podemos comprender. En el noviciado, semanas antes de entrar en los Ejercicios Espirituales Ignacianos de 30 días, experimenté una crisis de fe en mi vocación. Le expresé a mi Maestra de novicias que quería volver a casa y que la vida religiosa no era para mí. La maestra de novicias me dijo: «Sí, puedes irte a casa. Pero antes de irte, ve a la Capilla y reza». Obedecí. Ante la Cruz y el Sagrario, inconsciente del paso del tiempo, sollozaba desconsoladamente. Y de repente, una pregunta me llegó al corazón: «¿Por quién has entrado? Rápidamente y con cierta certeza, respondí: «¡Por ti Jesús!». No podía entenderlo, pero al instante me encontré con mucha paz. Dejé de llorar como si se abriera un camino a través de un frondoso bosque. Fue un momento de conversión espiritual; un momento decisivo: «Me ofrezco totalmente y generosamente a Jesús».
El despacho de la maestra de novicias estaba justo al lado de la capilla. No sabía que estaba allí todo el tiempo y que rezaba conmigo. Al salir de la capilla, me preguntó: «¿Te vas a tu casa?». Y le dije: «¡No!» Ese fue el momento de la confirmación de mi vocación religiosa y el encuentro que marcó el inicio de una profunda familiaridad con Jesús que cura, redime y salva. Fue una experiencia transformadora de Jesús «cruzando» mi vida, entrando en mi corazón y haciéndose humano. A lo largo de los años he experimentado de manera significativa y amorosa los muchos rostros de Jesús como misionera en diferentes tierras de misión a las que la Congregación me ha enviado: Filipinas, Japón, Bangladesh e Italia. Pero el reto de hacer a Jesús el centro de mi vida en el día a día sigue siendo una invitación constante. En mi hay una alegría interior al confiar cada día en la fiel promesa de Dios: «Yo estaré contigo».
En la Casa de San José encontramos un hogar y un sentido de pertenencia a una familia. Pero más que eso, experimentamos la bondad de Dios Padre que nos hace hermanos a todos. Tal vez, hay una llamada a “revisitar” la historia en la Casa de San José, para contemplar los muchos acontecimientos que sucedieron. La comunidad creció y la Casa de San José se quedó pequeña para ser un hogar para 13 hermanas. En Febrero de 1873 se trasladaron a la Casa de la Concordia en la que la Congregación se embarcó en un nuevo capítulo de su historia. En la Determinación CG XVIII se nos invita a «descubrir y ofrecer al mundo de hoy un nuevo rostro del carisma». Sin duda, la Casa de San José puede abrir nuevos caminos de encuentro con el corazón de Dios. La Casa de San José seguirá siendo un manantial de la fiel promesa de Dios.
NORI M. MARQUEZ, FI – Curia General – Roma